domingo, 20 de octubre de 2013

El arte de hilar las fibras para formar un hilo es tan antiguo que sobrepasa las fechas históricas. Se ha comprobado la existencia de algunos tejidos de fibras naturales utilizados por el hombre de las cavernas cuando el mamut y otros animales prehistóricos todavía vagaban por la faz de la tierra.
La hilatura en si no responde al descubrimiento o invención de algún hombre o época; mas bien se trata de una acumulación de conocimientos y pequeños avances tecnológicos por parte de millones de hombres, a través de miles de años de esfuerzos para encontrar la mejor forma de satisfacer las necesidades de cada día.
En Europa Central, en el cenagoso fondo de los lagos de Ginebra y Constanza se han encontrado, algunos manojos de lino limpio, listo para ser convertido en tela. Es la primera vez que aparece una tela donde es evidente que este pueblo de la nueva edad de piedra había aprendido a hacerla entretejiendo gruesas fibras de hierba. Porque los hombres, probablemente, aprendieron a tejer antes de haber aprendido a hilar, ya que había siempre hierba y fibras a mano y resultaba bastante sencillo tejerlas. Debió ser mas tarde cuando aprendieron a hilar sus hebras y a hacer con ellas telas para sus prendas, y luego, empezaron a tejer el vellón de sus animales, convirtiéndolo en paño de lana.
Desde luego, cuando se inventó el arte de hilar, la lana se convirtió en el material mas útil del mundo para hacer vestidos, para la gente que habitaba en climas fríos; pero donde quiera el sol era intenso y ardiente, la gente seguía usando el limpio y fresco lino. En el antiguo Egipto era mas fino que el actual, y a los faraones los envolvían en sus firmes y suaves pliegues para sepultarlos. Algunas de estas telas, semejantes a telarañas han durado hasta hoy. En los tiempos bíblicos, "la púrpura y el hermoso lino" eran la ropa de los reyes.
En los antiguos jeroglíficos egipcios aparecen hombres y mujeres ocupados en labores de hilandería y tejeduría.



Es en la cultura china donde encontramos el desarrollo de la seda como fibra: hace unos cuarenta y seis siglos hubo una princesa china llamada Liu-Tsu, que a los 14 años de edad se casó con el emperador Huang – Ti . En esos tiempos, hasta de una reina se esperaba un trabajo útil, y Liu-Tsu, quien tomó el nombre de Si-Ling-Chi, se preguntó si no se podría hacer algo de valor con las hermosas hebras que hilaban en sus capullos los gusanos de seda, a los que solía observar cuando trabajaban. Las hebras eran tan hermosas, resistentes y lustrosas, que si lograba desenredarlas, conseguiría la tela más hermosa que hubiera visto en el mundo.
Con este propósito observó pacientemente los gusanos y trabajó con los capullos hasta descubrir la forma de desenredar las delicadas hebras para que giraran alrededor de sí mismas. El resto resultó fácil, ya que todos sabían tejer cualquier clase de hebra hasta transformarla en tela. Y así fue como la reina proporcionó al mundo la seda y se hizo famosa, hasta la convirtieron en diosa y para los chinos lo sigue siendo. Muy pocos de estos relatos son verdaderos, fueron inventados por la gente y quedaron como leyendas.
La útil fibra pronto pasó a otros países, llegó a la India, Persia, y finalmente a Grecia y Roma; Cuando hizo su primera aparición en Grecia antes de Alejandro Magno valía literalmente lo que pesaba en oro porque había recorrido un largo trecho; y durante muchos siglos seguiría siendo un artículo de lujo. Porque aunque los chinos enviaban seda a otros países nunca revelaron cómo se obtenía. Guardaron el secreto sobre su valioso descubrimiento y hasta decretaron que sería ejecutada toda persona que intentara sacar del país algunos de los gusanos de seda o las semillas de la morera de que estos se alimentaban.
Este secreto resultó imposible de conservar eternamente, se reveló poco a poco y, viajó por todo el mundo. Se cuenta que a cierta princesa china que marchaba para casarse con un príncipe en la India, le resultaba insoportable la idea de separarse de sus gusanos de seda, y por eso ocultó algunos de sus huevos y unas semillas de morera en su tocado y los llevó con sigo a la India, donde los sembró y enseñó a los nativos a hacer la seda. También apareció en el Japón alrededor del año 300 d. C. cuando cuatro chinas vinieron a enseñar la técnica.
En el siglo VI dos monjes que habían estado en China contaron al Emperador Justiniano el proceso utilizado por los chinos para fabricar seda, quien los envió nuevamente allí para que trajeran todo lo necesario para producirlo en occidente. Pese a la restricción de China los monjes lograron sacar los huevos ocultos en sus bastones de bambú huecos, y esos huevos fueron el origen de la industria sericícola en el Imperio Romano.